domingo, 30 de septiembre de 2012


Bullets of Redemption

Capítulo 5

Eufórico, extasiado, me siento como si acabase de salir de un concierto de música heavy y quiero más. Miro a mis espaldas antes de cerrar la puerta de clase y gozo ante la imagen de los actos cometidos: sangre, vísceras, calma, paz, felicidad y moscas. Camino por el pasillo sintiéndome más vivo que nunca, salto un par de veces y me golpeo contra las paredes, corro hasta la puerta de entrada riendo y caigo al suelo desplomado por un golpe desde el lado izquierdo.
-¿Adónde vas pedazo de friki? –Me dice un ex compañero de clase. Es el típico inseguro que se respalda en su fuerza física y en sus amigos para meterse con todo el mundo.
-La has cagado. –Digo incorporándome desde el suelo y sacando de nuevo mi cuchillo aún caliente en la empuñadura y húmedo por la sangre.
-Eh, eh, tranquilo tío, solo era una broma. –Comenta haciéndose hacia atrás, escudándose en sus dos acompañantes.
Plenamente consciente de mis actos hinco mi arma en su vientre y mirándole a los ojos desgarro hacia arriba arrastrando todos los órganos intermediarios en mi trayecto. Puedo notar como muere en mis manos y un último aliento hace bailar mi flequillo justo antes de que se desplome sobre mí el peso de su cuerpo inerte. Los otros dos intentan huir, necios… ¿creéis ser más rápidos que una bala? Bang. Bang. Dos menos.
Salgo del recinto escolar y camino deprisa hasta un hospital, entro a la enfermería después de esperar mi turno y me siento frente a la doctora.
-Verá señora, es que, ya sabe usted cómo somos los adolescentes y ésas cosas… Y resulta que el otro día estuve en una fiesta y bebí tanto que a la mañana siguiente me desperté con la oreja perforada y la verdad es que me duele una barbaridad… –Le digo entre risas. La única verdad de lo dicho es que la oreja me dolía una brutalidad, se había amoratado e hinchado.
-Todos hemos sido adolescentes y hemos hecho locuras, tranquilo. –Me dice y se acerca a mí con unos guantes blancos de látex en las manos.
-¡Ay! –Me quejo del dolor cuando empieza a apretar en la oreja.
-Venga que no es nada, se te ha infectado y la tienes llena de pus, tengo que sacarlo. –Aprieta fuerte, yo me quejo, sigue apretando, yo me quejo y así un buen rato hasta que termina.
-Muchas gracias, de veras. ¡La próxima vez intentaré beber menos! –Le digo con una sonrisa en la cara al salir de la consulta.
Al salir del hospital la luz del sol me ciega por unos segundos y de una manera inconsciente veo mi imagen reflejada en un coche negro. Me acerco y me miro detenidamente en el espejo retrovisor: mi cara no tiene cicatrices, no hay cortes, no hay nada.
-Perdone, ¿le importaría ir a mirarse a otra parte? –Me sugiere el conductor desde dentro del coche.
-Cállese la puta boca y baje del coche. –Le digo a la vez que le asesto un puñetazo en la nariz. El hombre me hace caso y huye, no hago nada para impedir su huida, es decir, no le mato. Pobre hombre, le pegan, le roban el coche… Que le maten es lo último que le faltaba.
Arranco el motor y subo las ventanillas, de forma automática la radio se enciende y suena una canción que recuerdo vagamente. Leo “Engel – Rammstein” en el reproductor y automáticamente me viene a la memoria la canción y la letra de ésta.
Voy por la carretera cantando y me pregunto por qué después de haber matado a tanta gente y después de haber robado un coche y agredido a un hombre la policía no está tras mi busca… Y de repente me viene a la cabeza la respuesta, claro… Hay veces en las que se me olvida que vivo en España, aquí la policía no hace nada productivo por la sociedad.
Llego a casa y dejo el coche en medio de la carretera, subo corriendo las escaleras y abro la puerta principal. La casa está inundada por un funesto silencio y me acerco al cuarto de mamá. Sigue allí, tal y como la dejé por la mañana, muerta. Corro hacia su vestidor y me miro en el espejo, mi cara sigue sin tener las cicatrices que me hizo mi madre, pero… No… No puede ser. Ella lo hizo. Yo lo vi, lo noté, lo sentí. Comienzo a llorar y me falta el oxígeno. Me encuentro tirado a los pies de la cama y agarro a mi madre, aprieto su brazo contra mi pecho y grito. Vuelvo a perder la consciencia y cuando despierto estoy parado frente a la consulta de mi psicólogo. Éste abre la puerta y me pregunta que qué hago aquí. Entro a la consulta y me siento en el suelo apoyando mi espalda en el escritorio rompo a llorar de nuevo. Me pregunta que qué me pasa y le cuento todo lo ocurrido.
-Tranquilo, no pasa nada, te voy a ayudar, ¿vale? Tú no tienes la culpa de nada de lo ocurrido, déjame llamar a un amigo para pedir consejo sobre tu tratamiento, vuelvo en un minuto.
-Tú no tienes la culpa de nada… Tú no tienes la culpa de nada, es cierto… La culpa es tuya, tú… Tú no me ayudaste. Tú eres el culpable de que mi madre esté muerta. –Digo sacando una navaja del bolsillo.
-Te equivocas, nadie tiene la culpa, no tienes que hacer esto, tranquilízate. –Desde la ventana se oyen sirenas de policía y de los servicios sanitarios.
-Anda, al final va a ser verdad que la policía trabaja en España…
-Si te ven armado te matarán, suelta la navaja, por favor.
-¿Qué te dice que no quiera morir?
-Yo no quiero morir, por favor, déjame ir.
-De acuerdo. Vete. –Le digo señalando la puerta.
-Gr… Gracias. –Dice y corre hacia la puerta chocando “accidentalmente” con la hoja de mi arma.
-Ups, ¿qué torpe eres no?
Giro el acero en su interior y lo clavo aún más adentro hasta que comienza a escupir sangre. Cae de rodillas y le agarro por la cabellera mientras aún vive, extraigo la navaja de su estómago y la limpio contra su mejilla. Acto seguido giro su cabeza y le miro a los ojos, sonrío y me rajo el cuello de un lado al otro.