martes, 13 de noviembre de 2018

Me tiemblan las manos, ya me conocen.
Y tanto va el cántaro a la fuente, que al final nadie me creerá. 
Y soplaré, y soplarán, sobre mi casa que ya ha caído. 
Y de los cimientos no verán resurgir nada, porque ya no habita nada en mí. 
¿Qué te digo que no sepas?
¿Qué te digo que no hayas escuchado?
Solo te pido que me creas si te digo que me duele, aunque no sepa explicarte el qué.
Que me creas si te digo que no siento nada.
Que lloro el polvo de los escombros que un día me formaron y que formaron esta casa antes de que mi mundo empezase a marcharse.

martes, 16 de octubre de 2018

A veces colapso... 
Últimamente soy feliz a cachos. 
Como una carretera secundaria de un pueblo de la sierra, feliz con baches. 
Y cada salto hace que algo dentro de mí suba hacia mi garganta.
No es una metáfora de tener los huevos en el cuello, es más bien un sentimiento como el de tragar piedras.
Respirar fuego.

Beber lejía.
Estoy bien, entonces viene un bache, de esos encharcados, los que te llenan el cristal de agua, y sin previo aviso me ahogo. 
Colapso.
Me asfixio.
Quiero llorar.
Me controlo, vuelvo a ser feliz.
Y sin verlo venir me vuelvo a salir en la curva y me vuelve a faltar el aire.
Es muy raro estar bien pero querer llorar a cada instante.
Porque debería estar bien, ¿no?
No sé, supongo.
Odio conducir. 
Odio las carreteras secundarias.
Odio no encontrar la salida hacia la autovía.
Vivir en un polígono industrial... 
Pero lo que más odio es no poder tragar saliva,
y eso,
a veces colapso.

domingo, 10 de junio de 2018

Sé lo que soy y lo que no soy,
y mientras siga siendo,
seré todo lo que creo ser,
todo lo que no soy,
y nada ni nadie.

lunes, 25 de diciembre de 2017

En la oscuridad de tus ojos, menguante la luna. 
Suben y bajan las mareas, mis dedos, tus dunas. 
Tu pecho y mi anhelo de lluvias claras. 
Mis piernas descalzas de orgullo, tus mejillas sonrosadas.
Besan mis palmas tus hombros sobre el calor de tu cuerpo, calientan mis dedos tu ombligo. 
Me dejo llevar, donde vas, yo te sigo.

jueves, 21 de diciembre de 2017

A veces quiero correr, huir muy lejos.
Luego recuerdo que soy asmático y fumador desde los trece y pienso que mejor en avión.
Muy lejos.
Muy solo.
A cualquier otra parte.
Donde no sepan mi nombre,
donde por fin me presente a mí mismo con nombre y apellidos.
Desnudo frente a un espejo.
Empezar a llevarnos bien, yo conmigo mismo.
Y es que son muchas oportunidades las que he desperdiciado por miedo.
Por dolor.
Por amor.
Por respeto.
“Me quiero ir…”
“Cuando pueda nos vamos… Te lo prometo.”

“Aún sigues sin entenderlo.”

sábado, 9 de diciembre de 2017

Son las cinco de la tarde y ya atardece. Me siento raro, estoy tumbado en el sofá viendo las nubes por la ventana mientras escucho Bon Iver. Me siento raro porque por primera vez en un tiempo, la única presión que tengo en el pecho es la de la bronquitis que estoy cogiendo, no la ansiedad habitual. Las canciones pasan, todas parecen iguales pero me da igual, aún no sé cómo, pero han conseguido calmarme. Por un momento me he sentido atemporal, como cuando escucho a Lana y me dejo, entre finas telas, balancear por los acordes de sus canciones. No me falta el aire. No me falta el humo. Será que haber llorado después de tanto tiempo me ha limpiado hasta los capilares. Llevo tantos meses repitiendo que estoy agobiado que ahora se ha convertido en una muletilla. “Hola, estoy agobiado, me llamo Juan Antonio, pero mejor no me llames, porque no tengo tiempo para soportar tus mierdas, las mías y todo lo que esta mierda de vida me ofrece. Estoy agobiado, ¿lo he mencionado ya?” Y me levanto autómata y no pienso en 10 minutos más, ni en que acabe este día, ni el siguiente. No pienso en el futuro porque he asumido que no lo hay. Y a la vez me agobia el futuro en el que no pienso. También me agobia salir, entrar, llegar e irme. Me da miedo el desorden. Me inquieta la paz. Quizá me fuese mejor si pensase que soy menos inteligente de lo que creo. Ceder ante la mediocridad. Al fin y al cabo, no todos nacemos para ser alguien. Aún hay gente que piensa que intento huir. Que me arrepentiré y volveré. Que la tierra nos llama. Y lo que no comprenden es que yo ya me fui hace varios años en busca de la única verdad que todos aceptamos como tal. Y aún no he vuelto. Y nunca volveré. Por lo menos tengo estos momentos de lucidez en los que escribir no mueve mi pecho. Siguen en la ventana unas nubes cada vez más negras. Cada vez más cerca.

lunes, 28 de noviembre de 2016

No hay nada peor que recordar de dónde vienes con el aire frío. 
Recordar cómo subías con las brisas del verano a las nubes hasta llover en la rabia de una precipitación torrencial.
Cuando llega el invierno, precipitarse es lo fácil y lo doloroso. 
Dejarse caer, flotar, balancearse o estrellarse contra el suelo. 
Hay copos fugaces que se posan sobre la punta de mi nariz, copos que aguantarán los fríos mejor que yo. 
Lo que pasa con la nieve son dos cosas: o se va con el sol de la mañana, o se solidifica creando bloques de hielo. 
El temporal no amaina desde hace meses y el sol trabaja el doble para derretir la nieve de mi ventana.
Pero, ¿y si mañana no sale el sol? 
¿Y si me dejo caer?
¿Y si me precipito? 
¿Qué pasará, sol, si mi corazón empieza a congelarse?